viernes, 26 de marzo de 2010

Nunca jamás

Gotas, gotas y más gotas que caían en mi ventana. Y las hojas de los árboles no dejaban de caer. Mis manos estaban frías, y no podía dejar de frotarlas contra mi manta, mi manta que es de esas que tienen una textura tan suave que te gustaría estar acariciándola siempre. Estaba alli sentada en el hueco de mi ventana, pegada al cristal frío; no podía dejar de mirar hacia el exterior, ¿Cuándo llegaría? Le había dicho a Paula que tenía que llegar antes de las seis. Cogí mi cuadernillo de vivencias, era una especie de diario con fotos y pequeños apuntes personales, y allí dónde ponía "Quedar con Paula media hora antes de la hora a la que quieres que llegue", hice un tachón por encima con mi bolígrafo de color rosa en "media hora", y con el bolígrafo morado puse "una hora" a lo que añadí muchísimas exclamaciones y flechas.
De repente escuché el sonido punzante de un claxon, era ella, por fín.

En ese mismo instante bajé corriendo a abrir la puerta, de lo rápido que iba me tropecé con una de las escaleras, y si no llega a ser por mis reflejos y la barandilla que llegué a alcanzar con mi mano, hubiese caído rodando escaleras abajo.
Abrí la puerta y vi lo que era la figura de mi amiga, estaba calada hasta los huesos, tenía el pelo pegado a la cara, y el volumen no existía en él; de la punta de la nariz caían gotas de agua y su cara me decía que estaba enfadada. Había aparcado el coche en la calle de al lado y aun así se había empapado.
- Como te quejés de la hora me marcho, te lo juro.
- Vale, vale, pasa.
Dos segundos más tarde de que Paula pusiera un sólo pie en mi salón, ya había crecido un círculo oscuro a su alrededor. Reí y ella volvió a mirarme con esa cara, entonces supe que sino quería que Paula se marchase debería estar callada.
Deje su chaqueta en el perchero y le presté una toalla para que se secara el pelo.
- Vamos arriba y te secas mejor
Invité a mi amiga a que subiera a mi habitación, encendí la estufa, y pronto estabamos tiradas en el suelo delante de ella.
En unos instantes empezamos a rescatar nuestras vivencias pasadas del baúl de los recuerdos, nuestras experiencias iban apareciendo de una en una ante nosotras; no podíamos dejar de charlar.
Pero entre todo nuestro pasado también habían experiencias que no volveríamos a repetir.
Perdimos a una persona que queríamos y no la podíamos recuperar.
Poco a poco las lágrimas empezaron a recorrer nuestras mejillas, acariciándolas, hasta llegar al final de nuestras barbillas y caer al vacío.
Pronto dejamos de lamentarnos y comenzamos a reír, recordando todos nuestros momentos junto a ella, sus ojos brillantes, su pelo suave y de color carbón, y sobre todo su risa. Aquella risa que nunca abandonaba su rostro, que siempre la acompañaba fuera a donde fuera, porque ella era así, feliz, alegre, divertida, y niña. Una niña tierna a la que le gustaba ser amiga de sus más fieles compañeras. Y así nos perdimos en esa tarde recordándola, y riéndonos de sus caidas, sus meteduras de pata, consumiéndonos en una embriaguez de risa que no nos hacía ningún daño. Porque esos momentos son los que la mantenían viva. Junto a nosotras. Estoy segura de que ninguna la olvidará nunca, porque siempre vivirá en nustros recuerdos.

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