lunes, 7 de marzo de 2011

La puerta de la biblioteca

-        ¡Sancho!, ¡Sancho!, ¿dónde te has metido?
-        Aquí Señor, a su lado – dice Sancho mientras coge la mano de Don Quijote – creo que se ha ido la luz, voy a ver si encuentro algo.


Sancho se dirigió por aquellas viejas escaleras de madera, chirriantes a cada paso que daba, de nuevo hacia la puerta en la que habían encontrado las escobas. Pero no encontró nada, sólo escobas y un par de cepillos. Salió de aquella habitación y buscó en la puerta de enfrente, en la que hace tan sólo diez minutos habían escuchado un estruendoso sonido. Giró el pomo de la puerta intentando no hacer ni un sólo sonido, se acercó un poco a la puerta y miró por la pequeña abertura que había conseguido, no vio a nadie.
Ojalá encuentre algo rápido para poder salir de esta asquerosa mansión, debo convencer a este viejo cascarrabias de que debemos de irnos, lo que sea para que no encuentre esa dichosa biblioteca”, se repetía Sancho una y otra vez en su mente.

Se adentró en aquella sala, llena de cazos y cazuelas. Había una alfombra de color verde hierba, aunque ya se había convertido en un verde botella a causa de la suciedad que la impregnaba. En las esquinas de las pareces podía verse cómo colgaban unas gigantescas telas de arañas. Seguramente también habría arañas, pero la poca luz que dejaban entrar los cristales de la mansión no le dejaba ver más allá. Se movía por la sala tocando los cacharros, intentando no hacer ruido, en busca de algo con lo que alumbrar el camino. Tocando y tocando pudo palpar encima de una estantería, que parecía que iba a derrumbarse con sólo un soplido, una especie de candil, y justo a su lado, una caja de cerillas. Cogió una de ellas y la encendió alumbrando una parte de la sala. Sancho se fijó en un cuadro que colgaba de una de las paredes. Se trataba de un escrito firmado a nombre de “M. Nicolás”. Sancho no le hace caso y sigue su camino. Vuelve al lugar dónde había dejado a Don Quijote pero allí no hay nadie. Empieza a llamarlo en voz no muy alta pero no contesta, por lo que comienza una nueva búsqueda para Sancho.

Mientras tanto Don Quijote, al notar la tardanza de su amigo decide seguir buscando la biblioteca sólo y a oscuras. Guarda algo en su mano, parece un papel antiguo, como si fuera una especie de papiro, tiene un color amarillento y parece que está rasgado. Lo aprieta con fuerza, mientras con la otra mano va tocando todas las puertas y paredes que encuentra para poder intuir por dónde camina.

Se para y despliega el papel, es una especie de ayuda para seguir un camino, como un mapa. Pero la oscuridad es más fuerte, y vence a la vista de Don Quijote. En ese instante ve una pequeña luz a un lado del pasillo. Es una luz débil, pero suficiente para poder visionar el mapa unos instantes antes de seguir la búsqueda. Don Quijote se acerca, vuelve a desplegar el mapa y ahí lo ve, “subir las escaleras, dejar el pasillo atrás y pasar de sala en sala, pero ¿qué sala es está?” se pregunta el caballero. La sorpresa de nuestro compañero no puede ser mayor al ver que se encuentra a tan sólo una sala de la biblioteca, pero es muy extraño. Revisa el mapa una y otra vez, pero no consigue descifrar cuál es el acceso a la sala.

En ese instante ve una luz que poco a poco va aumentando en intensidad, se acerca hacia él y oye a lo lejos un susurro, pero no sabe lo que dice. Intenta escuchar. Saber qué es lo que dice aquel susurro. “Dónde...”, “señor...”. No puede llegar a comprender una frase en totalidad, no le da sentido. Pero la voz se va acercando al mismo tiempo que la luz. Don Quijote se descalza un zapato y con zapato en mano se dispone a darle un buen zapatazo si aquella sombre gigante decide atacarle “dónde estará este gordo cuando se le necesita, ¡ay Sancho1, que me ataca un fantasma, ven a ayudarme”, balbucea Don Quijote, “a la una... a las dos... y a las tres”, zapatazo en la cabeza y Sancho cae tendido en el suelo y el candil se apagó insofacto. Su amigo lo mira, lo sacude apresuradamente y le dice que se levante.

-        Corre ven que viene un fantasma, quería atacarme
-        ¿Qué fantasma? Pero por favor, ¿de qué demonios está usted hablando?
-        Demonios no Sancho, fantasmas, bueno uno,pero muy grande. Se acercaba a mí con una luz cegadora, sí, eso, trataba de cegarme, ¡oh, Dios mio! Trataba de dejarme ciego. Y el susurro
-        ¿Qué susurro? - pregunta su amigo.
-        Susurraba algo, creo que me llamaba.
-        Pero Señor, si era yo, yo mismo, que venía caminando con la luz de un candil, mírelo, ahí está.
-        ¡Bobadas!, ¿y entonces el susurro?
-        Pues yo también señor, trataba de dar con usted, antes de...
-        ¿Antes de qué, fiel amigo?
-        De... de..., tiene razón, no quería asustarle, pero es verdad que dicen que habita aquí un fantasma hace ya mucho tiempo. Trataba de llegar hasta usted antes de que lo hiciera el fantasma. Vamos ahora tenemos que marcharnos antes de que vuelva a presentarse otra vez.

Así Sancho comenzó a contarle a Don Quijote lo terrible que eran los fantasmas que habitaban aquella mansión, y que lo más sensato era marcharse de allí en cuanto pudieran. Pero “el viejo cascarrabias” se negó. “Tenemos que encontrar esos libros” no paraba de repetir. Le acercó el mapa y señalándole la sala en la que se encontraban y dónde estaba la biblioteca le dijo que estaban más cerca de lo que esperaban. Sancho le indicó el camino que deberían tomar para llegar hasta allí. Salieron de nuevo al pasillo y girando a la derecha ahí debería estar la biblioteca. Pero allí no había ninguna puerta.

-        No puede ser, ¡pero si está aquí! – dice Don Quijote señalando el mapa con aquel dedo alargado y puntiagudo mientras que se lo mostraba a su amigo – ¡mira Sancho!
-        Es cierto señor, debería estar en este mismo punto, nos han engañado, marchémosnos.
-        ¡No!, no podemos marcharnos ahora, estamos tan cerca...
-        Señor, con todos los respetos, creo que en este instante es cuando más lejos nos encontramos, ¡estamos perdidos! - gritó Sancho para parecer nervioso y asustado.
-        Lo siento fiel compañero, pero yo debo seguir. No puedo dejar de buscar esos libros. Márchate tú si así lo deseas.
-        Esta bien señor, continuaremos, no puedo dejarlo sólo.

En aquel momento Sancho comprendió que no podía dejar a su señor abandonado. No quería que encontrara la entrada a la biblioteca, ya que allí encontraría todos los libros de caballería y eso aumentaría su locura, pero también comprendió que su señor no iba  a parar hasta encontrarlo y si cuando encontrara todo aquello, debería permanecer con él para que la situación no se desbordara. Además, ¿serían los libros lo único que aguardaba en la biblioteca?

Comenzaron a dar vueltas y vueltas por la supuesta habitación en la que se encontraba la biblioteca y por la contigua a esta. Don Quijote corría de una habitación a otra, examinaba las paredes de fuera, pero nada, y por su mente corrían miles de pensamientos, “tendrá razón el gordo este y nos habrán engañado?, no puede ser, pero ¿y si..?, ¡lo maldigo!, un momento, no, a mí el barbero nunca me mentiría”, y así consecutivamente, el señor de la Mancha, fue aumentando su locura.

Sancho se daba cuenta de que algo le ocurría a Don Quijote y comenzó a observarlo más detenidamente. Se estaba poniendo cada vez más nervioso, iba para un lado y para el otro con aquel candil y el desgarrado mapa y mirando todas las paredes. En aquel momento se acercó hacia Sancho y dijo “¿no piensas ayudarme?”, y fue entonces cuando Sancho salió de aquel shock y se puso a hacer lo mismo que su señor, dar vueltas de habitación a otra de una forma nerviosa para que pareciera que él también deseaba buscar la puerta de la biblioteca.

Entonces Sancho vio algo en aquella pared, la pared que Don Quijote había visto anteriormente, en aquel ladrillo que observaba con curiosidad. Pero nuestro amigo barrigudo se acercó un poquito más, miro por aquellos pequeños orificios de aquel ladrillo, por los que se desprendía una luz fuerte y brillante. Y en ese momento, impresionado por lo aparecido entre sus ojos, se le resbaló el candil de las manos y calló al suelo, mientras que dio un pequeño grito. Pequeño, pero suficiente para que Don Quijote lo oyera y se acercara.

-        ¿Qué es lo que está ocurriendo?  – preguntaba curioso - ¿por qué está todo tan oscuro?
-        Nada señor, sólo que se me ha caído el candil y la vela se ha apagado, nada más señor, nada más.
-        Pues ve a buscar una cerilla – ordenó Don Quijote - ¿a qué esperas?
-        Sí señor, ahora mismo vengo – y salió apresuradamente en busca de ella.
-        Este gordinflón, qué torpe es – murmurada Don Quijote en la oscuridad.

Así, entre todo lo oscuro, volvió a ver aquel ladrillo mientras reposaba en su pared. “Este ladrillo..., esa luz...” pensaba mientras miraba aquel brillo. Y en ese mismo instante se le ocurrió hacer lo mismo que su compañero había hecho antes y mirar a través de aquellos pequeños huecos.

-        ¡Santo Dios! - gritó

En aquel momento Sancho escuchó el grito de su señor y salió apresurado en su busca. Pero cuando llegó ya era tarde, Don Quijote estaba quitando aquel ladrillo de la pared, cada vez había más y más luz, otro ladrillo, y otro y otro... Y fue entonces cuando escuchó un relincho.

-        ¿Has oído Sancho?, es Rocinante, y está preparado para que lo monte – decía ilusionado
-        Sí señor lo escucho, lo escucho – decía desilusionado

Por fin logró entrar a aquella biblioteca, de la que en realidad, no existía puerta. Así una vez allí Don Quijote comenzó ojear los distintos libros que podían verse en las estanterías. Se acercó donde se encontraban las novelas de misterio y comenzó a coger todos los libros que pudo. Sancho quedó patidifuso por aquel acto “¿novelas de misterio?”, se preguntaba.

Y así subido en Rocinante, quién sí se alegraba de ver a su amo, salió Don Quijote por el hueco de aquella pared mientras gritaba “Venid ahora fantasmas, tengo mi espada y mi armadura, no podréis hacerme daño”. Sancho lo miró y llevándose las manos a la cabeza dijo, “oh no, ahora el misterio”. Y mientras corría detras de Don Quijote alcanzó a gritar, "¡Señor, esperé, venga aquí!”.

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